Ver crecer nuevas semillas es lo que hace feliz a Johanna Rico, una mujer que nació y creció en la zona urbana de Bogotá hace 27 años.
Ver crecer nuevas semillas es lo que hace feliz a Johanna Rico, una mujer que nació y creció en la zona urbana de Bogotá hace 27 años y desde hace dos decidió vivir en la zona rural, exactamente en la vereda el Verjón Bajo en la localidad Chapinero, donde inició un proyecto del que no tenía ningún conocimiento previo y que hoy es su orgullo y alegría.
Johanna cuenta que al inicio fue difícil, además su familia deseaba que trabajara en la ciudad y se vinculara a una empresa importante para desempeñar su carrera profesional. “Decidí venirme a vivir sola a la vereda Verjón Bajo, en la finca Buenavista, e iniciar mi proyecto de producción de orellanas. Nunca ha sido fácil porque siempre han existido y existirán nuevos retos por superar. Poco a poco fui aprendiendo como producirlas, y hoy en día junto con mi familia y esposo estamos produciendo tres tipos de hongos comestibles (orellana, orellanas rosadas y shiitake). Yo siempre desee tener mi propia empresa y esa también fue la razón por la que estudie mi carrera de relaciones económicas internacionales en la universidad autónoma de Colombia.”
Durante estos dos años el proyecto ha venido creciendo poco a poco y mejorando en infraestructura, así como en las condiciones del cultivo, para hacerlo más eficiente, higiénico y competitivo; además constantemente Johana y su equipo de trabajo adquieren nuevos conocimientos y se actualizan para aportar a su empresa: “Muchas personas que conocen mi proyecto les cuesta creer como he podido lograr tantas cosas, algunos de mis vecinos pensaban que una mujer de ciudad y sola no podría durar mucho tiempo viviendo en la vereda y hoy en día me ven con respeto, admiración y espero que como un ejemplo. Por eso celebró lo que soy como mujer, porque nunca hay que permitir que nadie te diga que no puedes, por que las mujeres lo podemos todo”.
Las orellanas se emplean en múltiples preparaciones, como ensaladas, cremas, arroz, pastas, o como acompañantes de carnes y pescados. Afirma Johanna “las orellanas tienen un gran valor nutricional y proteico que ayuda a disminuir el consumo de carnes, mejorando la salud de quienes la consumen, además de aportar en la calidad de vida de los animales que por cuestiones del mercado y del consumismo son sometidos a un trato y a una vida cruel. Los hongos tienen algo único, y es que son una mezcla del reino animal y del vegetal, por esta razón tienen que ser tratados con mucho amor para que se den. Es por eso que no todo el mundo puede producir hongos”.
Actualmente la producción del proyecto es vendida al hotel Hilton de Bogotá, a personas particulares y a un restaurante argentino. Según Johana, la parte comercial ha sido un tema difícil, pero confía en que van a lograr abrir nuevos mercados. “Ver mi proyecto lo que es hoy en día y saber que lo inicié desde ceros, me trae mucha satisfacción, orgullo y alegría, porque no sólo he podido aprender y hacer lo que he querido, sino que también me ha ayudado a vencer mis propios miedos y límites; a creer en que todo lo que quiero sin importar lo difícil que parezca con esfuerzo, disciplina, constancia y determinación siempre lo lograré”.
Johana se describe como una mujer que siempre se arriesga contra todo pronóstico y logra hacer realidad sus sueños, “a pesar de lo difícil que es la vida siempre tengo la fortaleza para seguir, para creer y para transformar. Amo mi trabajo y todo lo que he podido aprender y crecer como persona. Mi sueño es que cada día pueda ofrecer nuevos hongos de excelente calidad, que mi empresa pueda ayudar directa o indirectamente a otras personas a generar empleo”.
“Todos mis hongos son algo maravilloso, precisamente porque cada uno es diferente, se reproducen por medio de esporas, así que siempre será una expectativa muy grande saber cuál será el resultado de la semilla que estoy sembrando”.
Finalmente, Johana también resalta lo maravilloso que resulta su vida en la vereda y cómo aporta al cuidado de este territorio rural en Bogotá. “Vivir en la zona rural para mí al principio fue difícil porque no contaba con muchas cosas ni comodidades que si tenía en la ciudad, pero poco a poco fui adaptándome y ahora no podría vivir en ningún otro lugar; constantemente estoy tratando de recuperar muchos espacios, sembrando árboles, reciclando, sembrando nuestro propio alimento de forma limpia y sobretodo dándole un trato digno a los animales que son parte de nuestra familia. En verdad amo vivir en la zona rural, como yo siempre digo es como vivir en un pedacito de cielo”.
¡Celebramos lo que eres!